LOS CRÍMENES DE LA ACADEMIA

Scott Cooper tuvo en la primera década del siglo XXI una breve carrera actoral participando en diversas películas y series televisivas, siempre con papeles muy secundarios. Pronto debió darse cuenta de que lo suyo no sería la interpretación y consiguió la oportunidad de dirigir un guion propio en 2009 titulado Corazón rebelde, estupenda película que  le valió a Jeff Bridges un Globo de Oro y un Óscar encarnando a un viejo cantante de country que malvive su amargura y su declive refugiándose en el alcohol y al que le surge una última oportunidad. Desde entonces  ha dirigido otros cinco proyectos (la mayoría escritas también por él) y se está fraguando una más que interesante filmografía. Sus películas se inspiran, según ha reconocido, en escritores clásicos como William Faulkner o en grandes directores de cine como Terrence Malick, Peter Bogdanovich o John Huston. Not bad. Así que no es de extrañar que los dramas humanos de personajes complejos y atormentados sean la base principal de sus historias.

Los crímenes de la academia es la tercera cinta en la que cuenta con el que se está convirtiendo en su actor fetiche (Christian Bale), quien fue protagonista también de la interesante La ley del más fuerte (2013) y Hostiles (2017), uno de los mejores westerns que he visto en muchos años y una película formidable. Por cierto que el personaje de Christian Bale en Los crímenes de la academia (el detective Landor) es un clon de ese amargado y oscuro capitán del ejército que encarna en Hostiles. El tono del personaje y su caracterización física son idénticas, algo que me chocó y me decepcionó en un principio, tengo que reconocerlo, ya que me pareció que el bueno de Bale iba con el piloto automático repitiendo rol (aunque no sé si fue una exigencia o una recomendación del director).

En todo caso, quitando ese detalle, Los crímenes de la academia me ha parecido una gran película en todos los sentidos. Como historia policiaca funciona muy bien. Tiene reminiscencias en el planteamiento a esa gran obra maestra de Jean-Jacques Annaud que es El nombre de la rosa. Todas las piezas encajan perfectamente en el puzzle de la investigación criminal, también el acertado y sorprendente desenlace. La película cuenta con el aliciente de introducir al poeta y escritor Edgar Allan Poe en la trama como personaje fundamental de la misma y la verdad es que la actuación (y caracterización) de Harry Melling es muy buena. El binomio de investigadores que forman Landor y Poe mezcla bien y está repleto de guiños a la literatura del escritor bostoniano, algo que resulta muy placentero para los seguidores de su obra.


A pesar de los aciertos notables de la historia policiaca y las buenas actuaciones, lo que más me ha gustado de la película, con mucho, es la espectacular ambientación creada en torno a la trama principal. Como profesor de literatura he disfrutado muchísimo de la cantidad de temas y detalles que envuelven el asunto criminal con ese manto de romanticismo literario oscuro y gótico. Personajes atormentados, sobrepasados por sus sentimientos, profanación de cadáveres, cementerios, brujería, sacrificios rituales, esoterismo… Todo ello configura un muestrario excelente de ese romanticismo literario que me ha resultado de lo más atractivo en la película. La bella fotografía de los páramos nevados en contraste con la oscuridad de la noche y los tonos grisáceos de los fríos muros de West Point adornan ese ambiente romántico. Desde el punto de vista plástico y romántico, por tanto, la película de
Cooper es estupenda.

Puede que le falte algo de ingenio a la trama criminal y la investigación esté demasiado focalizada desde el principio (lo que no permite tanto el juego policial al espectador). La parte central de la película decae algo y se pierde demasiado en una trama amorosa algo trivial, pero en la parte final el filme remonta con un desenlace satisfactorio y original.

CALIFICACIÓN:  7.5  


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