BABYLON

Parece imposible hablar del cine de Damien Chazelle sin aludir a su inseparable amigo y compositor de todas sus películas (hasta el momento), Justin Hurwitz. Ambos se conocieron en la universidad de Harvard, época en la que compartieron habitación e hicieron sus pinitos tocando en una banda de jazz. Desde entonces, sus carreras parecen indisolublemente unidas y, a sus 37 años ambos, se están convirtiendo en dos de los artistas más prestigiosos de su generación en sus respectivos campos: Damien escribiendo y dirigiendo extraordinarias películas, y Justin contribuyendo a la grandeza de esos filmes con algunas de las bandas sonoras más hermosas de los últimos años, además de otros trabajos musicales, por supuesto.

Juntos firmaron una de las más bellas obras maestras cinematográficas del último cuarto de siglo: La La Land. Una película sensacional con una irresistible e inolvidable música que ocupa ya un rincón destacado en las partituras doradas del cine de siempre. Imposible no tatarear y emocionarse con la preciosa City of Stars en la voz de Ryan Gosling y Emma Stone o sonreír mientras se le van a uno los pies en ese baile nocturno del número A lovely night. Y aunque la banda sonora de Whiplash también es espectacular, quiero romper una lanza por la cuarte película de Chazelle y su fabulosa música (firmada, obviamente, por Hurwitz): First Man. Una extraña y sensible película sobre la tristeza y la pérdida que asoló al primer hombre que pisó la luna (Neil Armstrong, interpretado también por Ryan Gosling); junto con La La Land, esta es mi banda sonora favorita de Hurwitz.

Babylon, como no podía ser de otra forma en la quinta colaboración entre ambos amigos, vuelve a ser un mano a mano entre el estupendo guion y la realización de Chazelle y la omnipresente música de Hurwitz, convertida en auténtico hilo conductor de la película. Uno, el realizador, para mí ya es el cineasta joven con más talento de Hollywood; y el otro, el músico, lo tiene todo para convertirse en el heredero natural de otros grandes genios de la música del cine, como John Williams, Ennio Morricone o Jerry Goldsmith, por mencionar a los más conocidos. Con el añadido, además, de que Hurwitz es un virtuoso de todo tipo de géneros y la variedad de su música se aleja un poco del tono épico de aquellos para adentrarse en sonidos más clásicos como el jazz y, sobre todo, el gran musical de los años 30 y 40 (al estilo de las famosas revistas musicales Ziegfeld Follies de Broadway).

Con estos antecedentes y la admiración que siento por ambos artistas, llevaba mucho tiempo esperando el estreno de Babylon. Máxime, cuando me enteré que estaba ambientada en los primeros años del Hollywood clásico sonoro y su complicada adaptación desde las películas mudas. Si hay un género cinematográfico que me chifle es este mismo, el del metacine, el cine dentro del cine. Disfruto como Pepa Pig en un charco de barro estas películas que traspasan la pantalla para mostraros los entresijos de los grandes estudios y las grandes personalidades de la Fábrica de los sueños. A mis casi 50 años sigue pareciéndome mágica la capacidad que tienen las películas de transportarme y conseguir que, durante dos o tres horas, viva en la absoluta felicidad de esa fantasía (cuando las películas son buenas, evidentemente). Por eso entiendo tan bien el precioso desenlace que Chazelle escribió para Babylon, una película, ya lo avanzo, gigantesca en todos los sentidos.

Aunque no toda la crítica está de acuerdo con la grandeza de Babylon. Al contrario, más bien: creo que he leído más detracciones que alabanzas. Ha sido tachada de presuntuosa, desmesurada, de poseer una construcción narrativa caótica, incluso de recrearse gratuitamente en la obscenidad y la vulgaridad. No estoy en absoluto de acuerdo. A mí me ha parecido una película sencillamente maravillosa. Si Tarantino homenajeó con Érase una vez en Hollywood al cine y a la televisión que él amó desde niño (esas películas de serie B en las que los especialistas de acción eran casi más protagonistas que los actores), Chazelle escribe con Babylon una preciosa carta de amor a los orígenes del cine: a esos primeros años en los que hacer películas era todavía un trabajo extravagante y mal visto (casi vergonzoso). Aquel fue un mundo en el que los actores eran ninguneados por los propios estudios, pero en el que un grupo de locos, talentosos e ilusos soñadores fueron capaces de crear uno de los entretenimientos más grandes de todos los tiempos; pusieron sus chaladuras al servicio de contar cientos de historias que pasaron a la posteridad.

Ambos, Tarantino y Chazelle, focalizan sus homenajes en el lado B del cine, en la parte menos glamourosa, aquello que se queda oculto tras el brillo, los focos y la música de fanfarrias. Chazelle, incluso, es menos condescendiente que Quentin, ofreciéndonos en Babylon un retrato clásico de auge y caída bastante crudo de diversos personajes que viven, cada uno desde sus propias ambiciones y anhelos, el sueño dorado de trascender (como dirá al principio de la película el joven hispano Manny Torres, protagonista principal del filme). Todos esos personajes viven absorbidos por la trepidante maquinaria que se está creando a su alrededor. Se describe un mundo repleto de oportunidades para que aflore el talento, el desparpajo y la imaginación. Pero también Chazelle es inmisericorde con el retrato inevitable (en muchos casos) del fracaso. El director juega constantemente con los contrastes que siempre han rodeado a Hollywood: la alegría, la fascinación, el glamour, el arte; y, por otro lado: los vicios, los prejuicios, los excesos y la autodestrucción. La primera media hora de Babylon es una recreación delirante y moderna de las Sodoma y Gomorra bíblicas, con algunos momentos hilarantes y, cómo no, con la fastuosa música de Hurwitz dejando claro una vez más su protagonismo. Una verdadera orgía (nunca mejor dicho) para los sentidos.

Chazelle pone el foco también en un momento concreto de esos orígenes de la industria: el delicado período de transición del cine mudo al sonoro. Y para ello, ¿qué mejor que homenajear también a una película que el propio director ha reconocido como fuente constante de inspiración y una de las razones por las que decidió dedicarse al cine? Esa película es Cantando bajo la lluvia, de Stlanley Donen y Gene Kelly. Son muchísimas las referencias que encontramos en Babylon a Cantando bajo la lluvia, incluso recreando algunas escenas y piezas musicales (como la inolvidable Singing’ in the rain). Donen y Kelly contaron en esta película ese paso del cine mucho al sonoro en forma de comedia y Chazelle ha decidido hacer lo mismo, pero desde el lado de la tragedia. Quizás por eso, el personaje que interpreta Margot Robbie no se basa en la dulce Kathy Selden (Debbie Reynolds) de Cantando bajo la lluvia, sino en la ruda Lina Lamont (Jean Hagen), a la que la llegada de la voz al celuloide amenaza con arruinar su carrera ante su incapacidad de expresarse con un mínimo de finura. Curioso. Stanley Donen y Gene Kelly también fueron grandes amigos y realizaron películas juntos en los que se repartieron la dirección y la coreografía de los números musicales. Babylon, sus creadores, de alguna forma, también rinden un bonito homenaje a aquellos dos genios. Solo espero que Chazelle y Hurwitz sigan creando juntos películas y música con tanto esmero y talento.

Parece que para ser coherente con la exuberancia (también en minutos) de Babylon, esta crítica me está saliendo algo larga, así que es cuestión de ir abreviando. La película de Chazelle no es perfecta y es cierto que, en algunos tramos se pierde demasiado en anécdotas episódicas, entre las que hay alguna que resulta menos redonda, incluso prescindible. El trabajo actoral es estupendo, aunque sobresale de manera muy evidente la interpretación de un Brad Pitt que parece haber llegado a ese punto de madurez en su carrera en el que todo lo que hace es sobresaliente, salvo que le contraten para bodrios tan infumables como Bullet Train (2022, David Leitch), insalvable producto incluso para el bueno de Brad. En Babylon, sin duda, suyos son los mejores momentos. En especial el magnífico diálogo sobre el tempus fugit del cine que mantiene con la veterana actriz Jean Smart y que es una verdadera delicia; solo por esa escena y la última y elegante secuencia en la que aparece Pitt, merece la pena pagar una entrada.

Junto con algún otro mínimo reparo que podría ponerle a Babylon (por alguna razón, no termino de encontrar la química entre el personaje de Diego Calva y Margot Robbie, por ejemplo), he disfrutado muchísimo la película. Para un enamorado del cine clásico como yo, que pasé mi niñez soñando con todos esos personajes que interpretaban Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, John Wayne, James Cagney, Edward G. Robinson, Fred Astaire, Ginger Rogers, Bette Davis y un larguísimo etcétera, adentrarme en ese mundo fascinante (para lo bueno y lo malo) de aquel primer Hollywood durante tres horas y cuarto, ha sido un verdadero placer. Entiendo la metáfora con la que despide Chazelle la película, la comparto y me emocionó tanto verla que no puedo menos que aplaudir y darle las gracias a él y a su buen amigo Justin por crear, una vez más, una película tan hermosa.

CALIFICACIÓN:  9 


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