Me gusta bastante Jonah
Hill. Creo que es uno de los mejores cómicos del cine norteamericano actual
y brilla como pocos en ese tipo de personajes histriónicos y mezquinos, al
estilo de los que le llevaron a la nominación al Óscar por El lobo de Wall Street (2013,
Martin Scorsese) o a los Globos de
Oro por Juego de armas (2016, Todd
Phillips). Aunque su mejor interpretación creo que la hizo en el estupendo
drama Moneyball: Rompiendo las reglas (2011, Bennett Miller), por el que también recibió sendas nominaciones.
Siempre que puede se sale de ese lugar confortable de la comedia y demuestra
que es un actor polifacético que tiene muchos registros interesantes que
ofrecer. Sin embargo, pincha en hueso en esta aburrida producción de Netflix y
en la que es su primera incursión en la comedia romántica. Y no porque lo haga
mal, en absoluto. De hecho, Hill es
lo mejor de una flojísima película en la que solo algunos divertidos diálogos
me sacan del sopor general de un guion más visto ya que el tebeo. El entrañable
personaje que encarna el bueno de Jonah,
algunos chistes aislados y el siempre estupendo trabajo de la divertidísima Julia Louis-Dreyfus son lo único
salvable de La gente como vosotros. Ni siquiera Eddie Murphy consigue arrancarme un atisbo de sonrisa con un papel
bastante arisco (y demasiado arquetípico).
La película de Kenya
Barris está rodada con un estilo muy Disney: casi todo en interiores
jovialmente decorados, una fotografía excesivamente colorista, transiciones
plagadas de efectos visuales más propios de la TV infantil que del cine y
cierta sobreactuación en la mayoría de los actores que, por momentos, me hacía
dudar si estaba viendo una película o un capítulo de Henry Danger. Tampoco el
guion ayuda mucho. La película juega con todos los tópicos posibles a los que
se tiene que enfrentar una pareja interracial cuando deciden casarse y sus
respectivas familias no consiguen afrontar la situación con normalidad. Unos
prejuicios que podían funcionar hace 55 años en Adivina quién viene esta noche
(1967, Stanley Kramer), pero que
ahora ya parecen muy cogidos con hilos, por mucho que Barris incluya también el asunto religioso (la familia de ella es
musulmana y la de él, judía).
Todo lo que ocurre en esta película parece escrito con el piloto automático de los clichés, incluida la crisis de pareja y los inevitables enfrentamientos yerno-suegro muy al estilo de Los padres de ella (2000, Jay Roach), con algunos momentos, incluso, demasiado inspirados en aquella. La falta de originalidad en las tramas, la ausencia total de acidez en el humor y la poca consistencia de los prejuicios que utiliza el guion como base de los conflictos, dan como resultado una película terriblemente blandita, “endeble” que diría El Fary. Más que nada porque trata con tanta sutileza esos prejuicios raciales y religiosos que la problemática que crea en la pareja protagonista resulta exagerada, impostada, quedando todo en una crítica social totalmente superficial. Si quieres hacer verdadera crítica racial o religiosa, tienes que mancharte un poco más las manos. A la película le falta, con todos mis respetos, mala leche y mucho más humor negro (en todos los sentidos, porque Eddie Murphy está desconocido y no hay ni rastro de su vis cómica en una sola escena).
Una comedia romántica floja y sin ningún tipo de profundidad
en su intención crítica, más preocupada de no molestar a nadie que de hacer
chistes que verdaderamente sean divertidos y que hagan, al mismo tiempo,
reflexionar.
CALIFICACIÓN: 3


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