Tenía muchas ganas de ver lo último del director británico Martin McDonagh, después de su anterior
trabajo, la extraordinaria Tres anuncios en las afueras (2017),
una durísima historia que puede ser, perfectamente, una de las mejores
películas de la última década. Está
claro que McDonagh es de esos
cineastas que se toman mucho tiempo en cada trabajo y Almas en pena de Inisherin
es solo su cuarta película en 15 años. La crítica extranjera ha vertido
multitud de halagos sobre esta nueva producción, así que estaba deseando que se
estrenara en España por fin y fui a verla con expectativas bastante altas. Pero
he de decir que me ha decepcionado algo el filme y que, ni de lejos, se acerca
a su trabajo anterior.
Almas en pena de Inisherin está planteada como una parábola
alegórica con un mensaje antibelicista que entiendo y me gusta. En torno a ese
mensaje, el director dibuja una serie de personajes que reflejan multitud de
temas existenciales: lo absurdo de la guerra (tema principal), la
incomunicación, la soledad, el paso del tiempo y, en esencia, la futilidad de
la vida. Todos los personajes de la película están diseñados como símbolos y
sus diálogos (que tratan de ser divertidos, en ocasiones) también están puestos
siempre al servicio de la metáfora. Además del tono existencialista, McDonagh incluye en su cuento simbólico
otros temas que también, a priori, resultan apetecibles por poco habituales en
una película de estos días: la cultura como única esperanza, el arte como
redención o esa idea de los clásicos de la trascendencia a través de un legado
artístico. Le aplaudo a McDonagh que
se atreva con un proyecto tan ambicioso y rico en matices filosóficos y humanos.
Su película parece un compendio de temas barrocos que hubieran firmado Calderón de la Barca o Quevedo (el bueno, claro, no el de
ahora).
¿Cuál es el problema, entonces? ¿Por qué Almas
en pena de Inisherin no termina de parecerme una gran obra, es más, me
acaba resultando en muchos momentos anodina, hasta aburrida? Creo que la
respuesta está en la falta de autenticidad de sus personajes y en la sensación,
que te envuelve a mitad de película, de que no son reales, sino simples
metáforas. Comienzas viendo un conflicto entre dos amigos, empatizas claramente
con uno de ellos, con su bondad, su forma sencilla de vivir, su amor por los
animales y su tierna relación con su hermana; mientras que, por otra parte, no
entiendes la actitud del amigo que le rechaza repentinamente. Crees que hay un
misterio ahí, una razón. Y, en cierto modo, la hay, pero no es una explicación
real, sino justamente un intento de explicar metafóricamente la sinrazón de la
guerra. Cuando los naipes de las metáforas están ya en la mesa, pierdo interés
por los personajes. Me importa poco lo que les pase y solo espero a la
resolución de la alegoría, que se adivina trágica por la presencia constante de
otro símbolo de la tragedia clásica: la Muerte en forma de una siniestra
anciana que parece la hermana melliza del Senador Palpatine.
Cuando el factor humano y real de la película desaparece, lo
hace también la empatía o el rechazo que siento por los personajes de uno u
otro lado. Y eso empobrece bastante la película, dejándola en un bonito cuento
simbólico con un gran mensaje (con muchos grandes mensajes), pero sin ninguna
fuerza dramática.
En todo caso, la puesta en escena es espectacular. No solo
la maravillosa fotografía (esos fantásticos planos de la isla y de sus casas
entre los campos y caminos rurales); también una gran banda sonora (la música
es uno de los símbolos más importantes de la película) y un magnífico trabajo
actoral. Colin Farrell puede que
esté ante el mejor trabajo de su carrera y Brendan
Gleeson le da una réplica estupenda; al igual que la actriz Kerry Condon, cuyo personaje, aun
estando también al servicio del simbolismo general, me parece el más auténtico
de todos y es el único con el que no dejo de empatizar en ningún momento.
Una apuesta arriesgada (lo que siempre es de agradecer, por
supuesto), pero que no termina de ser redonda. Conceptualmente es una película
poderosa; en lo visual y en lo musical, un prodigio de trabajo bien hecho; pero
es en la parte dramática, a la hora de creerme y meterme dentro de una
historia, de unos personajes, donde no termina de atraparme.
CALIFICACIÓN: 6


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