“El tiempo es la clave”, afirma en un momento de la película
Lydia Tár, la vehemente directora de orquesta que interpreta Cate Blanchett en este último trabajo
de Todd Field. Es una escena en la
que trata de hacerle ver a su interlocutor (y al público, en definitiva) que la
singularidad de la música consiste también en la interpretación del tiempo, más
allá del valor innegable de las partituras. Un director genial es aquel que es
capaz de aportarle matices a esas notas de acuerdo a la emoción que siente al
ordenarlas. Transmitir ese tempo a
los músicos y hacerles partícipes de su interpretación supone la diferencia
entre el mero traductor y el artista. Es lo que hacía grandes a Barenboim o Von Karajan.
El tiempo es la clave, por tanto. Y es curioso, pero en TÁR,
una película que es tan rica en matices y detalles, precisamente es el tiempo
lo que falla. Y no me refiero a su metraje (hay películas larguísimas a las no
les sobra ni un minuto), sino el irregular ritmo que utiliza Todd Field para confeccionar el
complejo retrato de esta genial directora de orquesta que encarna Blanchett. Me parece que ese tempo está completamente desacompasado y
eso lastra algo la película, haciéndola, por momentos, incluso aburrida y casi
siempre demasiado pedante. Es verdad que en el larguísimo primer movimiento se nos ofrecen algunas pinceladas que, al final,
entendemos como parte importante de un proceso que estamos viviendo, sin ser
todavía del todo conscientes. El problema es que resultan tan sutiles esos
detalles que, en el camino, el espectador tiene que hacer verdaderos esfuerzos
para no perder el compás de la historia en muchas escenas que abusan de la
palabrería pretenciosa. Tardas más de una hora en encontrar el verdadero motivo
de la historia; incluso, durante buena parte de esa hora, nos parece que no hay
historia. Por ejemplo, una de las mejores escenas de la película (desde el
punto de vista interpretativo) es
aquella en la que Lydia está ofreciendo una clase a estudiantes de dirección
de orquesta y humilla con un sarcasmo insolente a un alumno. Es una escena
fantástica que adquiere mucho más valor en la parte final de la película, pero Field la alarga en exceso. Desde el
punto de vista actoral es una escena grandiosa, formada íntegramente por un
larguísimo plano secuencia en el que Cate
Blanchett da una verdadera lección de interpretación. Esa recreación
excesiva en los diálogos (incluso en los monólogos) se repite constantemente y
no aporta mucho más allá de demostrar que, efectivamente, Blanchett es una actriz fabulosa y que merece el Óscar por tamaño
trabajo. Pero el ritmo de la historia se resiente demasiado.
El tercer movimiento
es una delicia en el que, ahora sí, con un tempo
presto, todo se precipita hasta un desenlace notable. Un buen cierre que,
sin embargo, de nuevo el director se empeña en alargarlo en exceso con una
especie de coda final demasiado
adornada con detalles superfluos. Es un epílogo necesario que completa el
retrato de Lydia, pero otra vez vuelve el director a esa parsimonia del
principio y creo que eso le resta tensión al clímax. Una pena porque podría ser
una película fantástica y esos desajustes en el ritmo lastran algo el resultado
final. Creo que el director debería haberse centrado más en los muchos e
interesantes conflictos que se plantean en la segunda parte del filme y no
dejarse tentar por el ejercicio de melomanía casi onanista, si se me permite la
expresión.
En general, me ha gustado la película, sobre todo lo
referente al conflicto entre la genialidad del arte y la personalidad (a veces
depreciable) de los artistas. TÁR es una película con muchos más
aciertos que errores, a pesar de esos desajustes de ritmo tan acusados en
varios momentos. Además, cuenta con uno de los mejores trabajos interpretativos
del año. Lo que hace Cate Blanchett
con su personaje es sencillamente brutal.
CALIFICACIÓN: 7.5


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