Ambientada en los primeros días del confinamiento en España por la pandemia del covid-19, este policiaco convencional dirigido por Patxi Amezcua no aporta nada nuevo al género ya que es, en esencia, una larga y tediosa enumeración de tópicos vista ya mil veces en otras películas similares. Realmente, Amezcua incluye la colección completa de clichés: la pareja de policías que hacen su trabajo mientras tienen que lidiar con sus problemas personales, el tono exageradamente grave y austero de los diálogos, secuestros y asesinatos en serie sobre los que van brotando las pistas de manera afortunada y sin mucha profundidad en la investigación, el ambiente sombrío y sórdido en el que se suceden los crímenes, personajes esquizoides, el clásico comisario malhumorado, la siempre recurrente secta satánica y, cómo no, el inevitable giro final para tratar de sorprender al espectador (aunque en la mayoría de los casos, como en esta película, se ven tanto los hilos que ese plow twist resulta, además de obvio, desafortunado). También la relación entre la pareja de policías es más de lo mismo: el inspector obsesivo y violento, con problemas de autocontrol; la subinspectora fiel a su compañero, aunque toda la comisaría hace apuestas sobre cuándo volverá a liarla él y pondrá de nuevo en peligro otra investigación.
Lo dicho: todo más visto que el tebeo. Amezcua trata de construir su relato incluyendo, además, apuntes dramáticos relacionados con esos primeros momentos de la pandemia y la explosión de contagios que afectaba a todos, también a la pareja protagonista. Pero lejos de acentuar el dramatismo o la heroicidad de los dos policías, esas subtramas familiares no hacen sino ahondar más en el cliché: tipos duros que hacen su trabajo aunque se esté acabando el mundo a su alrededor.
La fotografía de la película quizás sea lo mejor de la misma y, como aliciente, nos sorprende la aparición del siempre brillante Luis Zahera en un par de escenas, más bien cameos. Pero ni el caso policiaco llega a interesarme demasiado, ni creo que esté bien construido; tampoco los actores protagonistas (Isak Férriz e Iria del Río) logran que empatice en ningún momento con sus personajes, con esa tristeza que desprenden en todo momento y que parece totalmente impostada, como formando parte del disfraz de antihéroe obligado de film noir.
Todo en Infiesto tiene un aire a telefilme
del que no consigo separarme. Quizás sea por la rapidez con la que transcurre
todo y el poco desarrollo de sus escenas y diálogos. Demasiados tópicos en el
mismo vaso y muy poca paciencia para preparar bien el cóctel. Es una película
totalmente olvidable.


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